MOZART, EL INCOMPARABLE
Seguimos con las reflexiones teologicas sobre la obra de Mozart.
Karl Barth2
Sigue un texto del teólogo
protestante Karl Barth, uno de los más profundos oyentes de la música de Mozart. En su
“Dogmática eclesiástica”, al iniciar el tratado de la Creación, le dedica al genio de
Salzburgo unas páginas de notable originalidad.
“¿Por qué y en qué a Mozart se lo puede llamar incomparable? ¿Por qué ha producido, para
aquel que pueda escuchar, con casi cada compás que le pasaba por la cabeza y que asentaba
sobre el papel, una música para la cual el término de bella no es la palabra adecuada? (...)
¿Por qué se puede sostener que Mozart tiene su lugar en la teología, en particular en la
teología de la creación, y también en escatología? Sin embargo no fue ni un Padre de la
Iglesia ni, al menos aparentemente, un cristiano particularmente ferviente y, lo que es más:
¡fue católico! Y cuando no estaba componiendo ¿no parece, al menos según nuestras
concepciones, haber llevado una vida un poco ligera?
Sin embargo, se le puede otorgar un lugar en el ámbito teológico, porque acerca del
problema de la bondad de la creación en su totalidad, supo cosas que escaparon a los
verdaderos Padres de la Iglesia, a nuestros reformadores (... y a muchos otros teólogos), o
que en todo caso no han sido capaces de expresar y valorizar; y esas cosas, los otros
grandes músicos anteriores y posteriores a él, es como si no las hubiesen conocido (...).
Respecto del problema de la teodicea, Mozart tenía la paz de Dios, la cual está por encima
de la razón, ya sea que ésta adopte una actitud de alabanza o de reprobación, o que se
entregue a su ejercicio crítico o especulativo (...) Había escuchado algo y hasta el día de
hoy hace escuchar, a quienes tienen oídos para escucharlo, lo que al final de los tiempos
veremos: la síntesis de las cosas en su ordenación final. Es como si a partir de este fin él
hubiese escuchado el unísono de la creación, a la cual pertenece también lo oscuro, pero
cuya oscuridad no es de ninguna manera tiniebla; y también el defecto de ser, que no es de
ninguna manera falta; y también la tristeza, que no llega a transformarse en desesperación.
Et lux perpetua lucet (sic) eis... Mozart, como cualquiera de nosotros, no vio esa Luz, pero
escuchó el mundo creado totalmente aureolado por ella. Era para él algo profundamente
natural escuchar más fuertemente el SÍ que el NO, en lugar de un tono neutro en una
especie de medio. Sólo escuchaba el NO en y con el SÍ. Pero esta división desigual no le
impedía escuchar los dos a la vez. No escuchaba aisladamente uno de los dos,
abstrayéndolos. Escuchaba concretamente. Por eso lo que produjo fue y permanece siendo
música total. Y al escuchar sin ningún resentimiento y sin parcialidad el mundo de las
creaturas, no es su propia música la que él manifestaba en realidad, sino la de ellas, en una
alabanza a Dios dual y sin embargo, consonante.
Estas consideraciones debían encontrar aquí su lugar, antes que abordemos el estudio del
caos, porque en la música de Mozart (me pregunto: ¿es posible encontrar el equivalente en
cualquier otro músico que lo haya precedido o seguido?) nos encontramos frente a una
prueba luminosa –hasta diría: forzosa– de lo siguiente: es calumniar la creación pretender
que ella participa del caos, bajo el pretexto de que ella contiene en sí misma un sí y un no,
que ella tiene una faz vuelta hacia Dios y otra hacia la nada. Mozart hace audible que la
creación, también en esta faz, y por consiguiente en su totalidad, alaba a su Señor, y que
por eso ella es perfecta. En este preámbulo a nuestro problema, Mozart ha puesto orden
para aquel que tenga oídos para escucharlo; y lo ha dicho mejor de lo que podría hacerse
por medio de cualquier deducción científica”. 2 Karl BARTH, Die kirchliche Dogmatik, III, 3 (Zürich 1950) 337-339
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