jueves, 5 de marzo de 2009

Mozart hace audible la creacion.

MOZART, EL INCOMPARABLE Seguimos con las reflexiones teologicas sobre la obra de Mozart. Karl Barth2 Sigue un texto del teólogo protestante Karl Barth, uno de los más profundos oyentes de la música de Mozart. En su “Dogmática eclesiástica”, al iniciar el tratado de la Creación, le dedica al genio de Salzburgo unas páginas de notable originalidad. “¿Por qué y en qué a Mozart se lo puede llamar incomparable? ¿Por qué ha producido, para aquel que pueda escuchar, con casi cada compás que le pasaba por la cabeza y que asentaba sobre el papel, una música para la cual el término de bella no es la palabra adecuada? (...) ¿Por qué se puede sostener que Mozart tiene su lugar en la teología, en particular en la teología de la creación, y también en escatología? Sin embargo no fue ni un Padre de la Iglesia ni, al menos aparentemente, un cristiano particularmente ferviente y, lo que es más: ¡fue católico! Y cuando no estaba componiendo ¿no parece, al menos según nuestras concepciones, haber llevado una vida un poco ligera? Sin embargo, se le puede otorgar un lugar en el ámbito teológico, porque acerca del problema de la bondad de la creación en su totalidad, supo cosas que escaparon a los verdaderos Padres de la Iglesia, a nuestros reformadores (... y a muchos otros teólogos), o que en todo caso no han sido capaces de expresar y valorizar; y esas cosas, los otros grandes músicos anteriores y posteriores a él, es como si no las hubiesen conocido (...). Respecto del problema de la teodicea, Mozart tenía la paz de Dios, la cual está por encima de la razón, ya sea que ésta adopte una actitud de alabanza o de reprobación, o que se entregue a su ejercicio crítico o especulativo (...) Había escuchado algo y hasta el día de hoy hace escuchar, a quienes tienen oídos para escucharlo, lo que al final de los tiempos veremos: la síntesis de las cosas en su ordenación final. Es como si a partir de este fin él hubiese escuchado el unísono de la creación, a la cual pertenece también lo oscuro, pero cuya oscuridad no es de ninguna manera tiniebla; y también el defecto de ser, que no es de ninguna manera falta; y también la tristeza, que no llega a transformarse en desesperación. Et lux perpetua lucet (sic) eis... Mozart, como cualquiera de nosotros, no vio esa Luz, pero escuchó el mundo creado totalmente aureolado por ella. Era para él algo profundamente natural escuchar más fuertemente el SÍ que el NO, en lugar de un tono neutro en una especie de medio. Sólo escuchaba el NO en y con el SÍ. Pero esta división desigual no le impedía escuchar los dos a la vez. No escuchaba aisladamente uno de los dos, abstrayéndolos. Escuchaba concretamente. Por eso lo que produjo fue y permanece siendo música total. Y al escuchar sin ningún resentimiento y sin parcialidad el mundo de las creaturas, no es su propia música la que él manifestaba en realidad, sino la de ellas, en una alabanza a Dios dual y sin embargo, consonante. Estas consideraciones debían encontrar aquí su lugar, antes que abordemos el estudio del caos, porque en la música de Mozart (me pregunto: ¿es posible encontrar el equivalente en cualquier otro músico que lo haya precedido o seguido?) nos encontramos frente a una prueba luminosa –hasta diría: forzosa– de lo siguiente: es calumniar la creación pretender que ella participa del caos, bajo el pretexto de que ella contiene en sí misma un sí y un no, que ella tiene una faz vuelta hacia Dios y otra hacia la nada. Mozart hace audible que la creación, también en esta faz, y por consiguiente en su totalidad, alaba a su Señor, y que por eso ella es perfecta. En este preámbulo a nuestro problema, Mozart ha puesto orden para aquel que tenga oídos para escucharlo; y lo ha dicho mejor de lo que podría hacerse por medio de cualquier deducción científica”. 2 Karl BARTH, Die kirchliche Dogmatik, III, 3 (Zürich 1950) 337-339 4

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